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POLITICA

4 de diciembre de 2025

La reforma que no reforma y la oposición que es parte del decorado

El oficialismo sostiene la ingeniería electoral que lo perpetúa y la oposición la legitima. Entre fotos, migajas y silencios convenientes, Tucumán sigue atrapado en un sistema donde todo cambia para que nada cambie.

Por Cristian Gómez Martín

La política tucumana tiene sus rutinas, sus rituales y su coreografía. Una de las más predecibles es observar cómo la oposición se acomoda, agradece y celebra cada gesto que el oficialismo presenta como “diálogo” o “consenso”. Y esta vez no fue diferente. Bastó con que el Gobernador y el Vice anunciaran una supuesta reforma electoral para que varios opositores corrieran a aplaudir, celebrando el cambio de un par de piezas para que todo siga funcionando igual.

La oposición parece haber olvidado de dónde viene. Hace diez años, miles de tucumanos colmaron la plaza Independencia pidiendo elecciones limpias, pidiendo el fin de este mecanismo perverso de acoples que ahoga la voluntad popular y multiplica la confusión.

Aquellos ciudadanos se sentían representados —o al menos acompañados— por algunos de los dirigentes que hoy se fotografían con el poder de turno celebrando un simulacro de reforma. La distancia entre aquella indignación y esta docilidad actual no es solo un retroceso, es una sumisión.

Hoy, esa oposición es apenas una caricatura. Un adorno institucional que junta tierra. Un espacio cada vez más irrelevante para la ciudadanía. No discuten poder, ni disputan sentido, ni ofrecen alternativas. Se acomodaron al sistema que criticaban. Se volvieron parte del decorado. Son una oposición dócil, predecible y funcional al oficialismo.

¿Por qué actúan así?

Tal vez porque comprendieron que este sistema electoral, diseñado por Alperovich con precisión quirúrgica, es demasiado rentable para quienes logran sentarse —aunque sea en los bordes— a la mesa del poder.

Cuando uno de cada treinta tucumanos integra una lista, cuando la sobreoferta de candidatos genera confusión y empuja a votar por cercanía y no por proyectos, el oficialismo gana. Pero también gana parte de la oposición: ¿contratos? ¿nombramientos? ¿algún favor cruzado con esos “rivales” que, al final, son socios de un mismo engranaje?

¿Se acomodaron porque es más fácil disfrutar de las migajas que disputar el pan completo? ¿Porque los beneficios silenciosos pesan más que la responsabilidad de representar a esos miles que hace una década pedían transparencia? ¿O porque, simplemente, dejó de interesarles el poder real y abrazaron el rol cómodo del opositor decorativo?

Mientras tanto, el sistema de acoples —esa fábrica de lealtades, empleos y cargos en rotación— sigue funcionando como una calesita que no se detiene. No importa cuántas veces prometan cambiarlo, ninguna estructura que garantice control, dependencia y supervivencia política será tocada por quienes viven de ella.

El oficialismo no va a eliminar la herramienta que sostiene su hegemonía. Y la oposición, en vez de enfrentar un régimen feudal que se moderniza solo en apariencia, prefiere adaptarse a sus reglas, posar para la foto y fingir que participa del juego democrático cuando, en realidad, apenas es parte del decorado.

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