Parece que en Tucumán la UCR no tiene un plan de gobierno, pero sí un plan infalible: pelearse entre ellos. 

Es un clásico, como el locro del 9 de julio o los cortes de luz en verano. Esta vez, el motivo de la discordia es que algunos radicales se animaron a sentarse con La Libertad Avanza. ¿El pecado? Pensar en armar un frente competitivo para 2027. Imperdonable.

Mariano Campero, José Seleme y Paula Quiles ya fueron bautizados como los nuevos “libertarios con boina blanca” y, para muchos dentro de la UCR, poco les falta para empezar a decir que “todo es culpa del Estado”. Mientras ellos buscan abrir el juego, el resto de sus correligionarios hace lo que mejor sabe: indignarse, gritar y soñar con que algún día la coherencia les traerá votos. Spoiler: no.

La historia radical en Tucumán parece escrita en loop: interna eterna, egos gigantes y el talento único de hacer lo imposible para no ser gobierno. Critican a los que se animan a jugar fuerte, pero después se conforman con bancas “testimoniales” y celebran los acuerdos chiquitos que les permiten seguir existiendo. ¿Para qué ganar si podemos indignarnos con los que intentan algo diferente?

Mientras algunos radicales se rasgan las vestiduras por el acercamiento con los libertarios, el peronismo, ese rival al que supuestamente quieren vencer, sigue con la calculadora en la mano, viendo cómo sumar votos y tratando de asegurarse que en 2027 la UCR vuelva a ocupar su papel favorito: el de la oposición moralmente superior pero electoralmente irrelevante.

Si no despiertan, si no dejan de pelearse con el espejo y de hablarse a sí mismos, van a tener que acostumbrarse a seguir siendo un partido testimonial. Pero, claro, con mucho orgullo y principios. De esos que sirven para ganar debates en Twitter, pero no para ganar elecciones.